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Mañana de sol
de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero
Manana de Sol.mp3



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Personajes: Doña Laura, Petra, Don Gonzalo, Juanito
*Lugar apartado de un paseo público, en Madrid. Un banco a la izquierda del actor. Es una mañana de otoño templada y alegre.
Doña Laura y Petra salen por la derecha. Doña Laura es una viejecita setentona, muy pulcra, de cabellos muy blancos y manos muy finas y bien cuidadas. Aunque está en la edad de chochear, no chochea. Se apoya de una mano en una sombrilla, y de la otra en el brazo de Petra, su criada.

DOÑA LAURA:   Ya llegamos...Gracias a Dios. Temí que me hubieran quitado el   sitio. Hace una mañanita tan templada...
PETRA:   Pica el sol.
DOÑA LAURA:  A ti, que tienes veinte años. (Siéntase en el banco.) ¡Ay!...Hoy me   he cansado más que otros días. (Pausa. Observando a Petra, que   parece   impaciente.) Vete, si quieres, a charlar con tu guarda.
PETRA:   Señora, el guarda no es mío; es del jardín.
DOÑA LAURA:   Es más tuyo que del jardín. Anda en su busca, pero no te alejes.
PETRA:  Está alli esperándome.
DOÑA LAURA:  Diez minutos de conversación, y aquí en seguida.
PETRA:  Bueno, señora.
DOÑA LAURA:  (Deteniéndola.) Pero escucha.
PETRA:  ¿Qué quiere usted?
DOÑA LAURA:  ¡Que te llevas las miguitas de pan!
PETRA:  Es verdad; ni sé dónde tengo la cabeza.
DOÑA LAURA:  En la escarapela del guarda.
PETRA:  Tome usted. (Le da un cartucho de papel pequeñito y se va por la   izquierda.)
DOÑA LAURA:  Anda con Dios. (Mirando hacia los árboles de la derecha.) Ya   están llegando los tunantes. ¡Cómo me han cogido la hora!...(Se   levanta, va hacia la derecha y arroja adentro, en tres puñaditos,   las migas de pan.) Éstas, para los más atrevidos...Éstas, para los   más glotones...Y éstas, para los más granujas, que son los más   chicos...Je... (Vuelve a su banco y desde él observa complacida el   festín de los pájaros.) Pero, hombre, que siempre has de bajar tú el   primero. Porque eres el mismo: te conozco. Cabeza gorda,      boqueras grandes...Igual a mi administrador. Ya baja otro. Y otro.   Ahora dos juntos. Ahora tres. Ese chico va a llegar hasta aquí.   Bien; muy bien; aquél coge su miga y se va a una rama a     comérsela. Es un filósofo. Pero, ¡qué nube! ¿De dónde salen   tantos? Se conoce que ha corrido la voz...Je, je...Gorrión habrá que   venga desde la Guidalera. Je, je. Vaya, no pelearse, que hay para   todos. Mañana traigo más. (Salen don Gonzalo y Juanito por la   izquierda del foro. Don Gonzalo es un viejo contemporáneo de   doña Laura, un poco cascarrabias. Al andar arrastra los pies.   Viene de mal temple, del brazo de Juanito, su criado.)
DON GONZALO:  Vagos, más que vagos...Más valía que estuvieron diciendo misa...
JUANITO:  Aquí se puede usted sentar: no hay más que una señora.
  (Doña Laura vuenve la cabeza y escucha el diálogo.)
DON GONZALO:  No me da la gana, Juanito. Yo quiero un banco solo.
JUANITO:  ¡Si no lo hay!
DON GONZALO:  ¡Es que aquél es mío!
JUANITO:  Pero si han sentado tres curas...
DON GONZALO:  ¡Pues que se levanten!... ¿Se levantan, Juanito?
JUANITO:  ¡Qué se han de levantar! Allí están de charla.
DON GONZALO:  Como si hubieran pegado al banco...No; si cuando los curas cogen   un sitio... ¡cualquiera los echa! Ven por aquí, Juanito, ven por aquí.   (Se encamina hacia la derecha resueltamente. Juanito lo sigue.)
DOÑA LAURA:  (Indignada.) ¡Hombre de Dios!
DON GONZALO:  (Volviéndose.) ¿Es a mí?
DOÑA LAURA:  Sí señor, a usted.
DON GONZALO:  ¿Qué pasa?
DOÑA LAURA:  ¡Que me ha espantado usted los gorriones, que estaban comiendo   miguitas de pan!
DON GONZALO:  ¿Y yo qué tengo que ver con los gorriones?
DOÑA LAURA:  ¡Tengo yo!
DON GONZALO:  ¡El paseo es público!
DOÑA LAURA:  Entonces no se queje usted de que le quiten el asiento los curas.
DON GONZALO:  Señora, no estamos presentados. No sé por qué se toma usted la   libertad de dirigirme la palabra. Sígueme, Juanito. (Se van los dos   por la derecha.)
DOÑA LAURA:  ¡El demonio del viejo! No hay como llegar a cierta edad para   ponerse impertinente. (Pausa.) Me alegro; le han quitado aquel   banco también. ¡Anda! para que me espante los pajaritos. Está   furioso...Sí, sí; busca, busca. Como no te sientes en el sombrero...   ¡Pobrecillo! Se limpia el sudor... Ya viene, ya viene... Con los pies   levanta más polvo que un coche.
DON GONZALO:  (Saliendo por donde se fue y encaminándose a la izquierda.) ¿Se   habrán ido los curas, Juanito?
JUANITO:  No sueñe usted con eso, señor. Allí siguen.
DON GONZALO:  ¡Por vida...! (Mirando a todas partes perplejo.)Este Ayuntamiento,   que no pone más bancos para estas mañanas de sol... Nada, que me   tengo que conformar con el de la vieja. (Refunfuñando, se siénta al   otro extremo que doña Laura, y la mira con indignación.) Buenos   días.
DOÑA LAURA:  ¡Hola! ¿Usted por aquí?
DON GONZALO:  Insisto en que no estamos presentados.
DOÑA LAURA:  Como me saluda usted, le contesto.
DON GONZALO:  A los buenos días se contesta con los buenos días, que es lo que ha   debido usted hacer.
DOÑA LAURA:  También usted ha debido pedirme permiso para sentarse en este   banco que es mío.
DON GONZALO:  Aquí no hay bancos de nadie.
DOÑA LAURA:  Pues usted decía que el de los curas era suyo.
DON GONZALO:  Bueno, bueno, bueno... se concluyó. (Entre dientes.) Vieja chocha...   Podía estar haciendo calceta...
DOÑA LAURA:   No gruña usted, porque no me voy.
DON GONZALO:  (Sacudiéndose las botas con el pañuelo.) Si regaran un poco más,   tampoco perderíamos nada.
DOÑA LAURA:   Ocurrencia es: limpiarse las botas con el pañuelo de la nariz.
DON GONZALO:  ¿Eh?
DOÑA LAURA:  ¿Se sonará usted con un cepillo?
DON GONZALO:  ¿Eh? Pero, señora, ¿con qué derecho...?
DOÑA LAURA:  Con el de vecindad.
DON GONZALO:  (Cortando por lo sano.) Mira, Juanito, dame el libro; que no tengo   ganas de oír más tonterías.
DOÑA LAURA:  Es usted muy amable.
DON GONZALO:  Si no fuera usted tan entrementida...
DOÑA LAURA:  Tengo el defecto de decir todo lo que pienso.
DON GONZALO:  Y el de hablar más de lo que conviene. Dame el libro, Juanito.
JUANITO:   Vaya, señor. (Saca del bolsillo un libro y se lo entrega. Paseando   luego por el foro, se aleja hacia la derecha y desaparece. Don   Gonzalo, mirando a doña Laura con rabia, se pone unas gafas   prehistóricas, saca una gran lente, y con el auxilo de toda esa    cristalería se dispone a leer.)
DOÑA LAURA:   Creí que iba usted a sacar ahora un telescopio.
DON GONZALO:  ¡Oiga usted!
DOÑA LAURA:  Debe usted de tener muy buena vista.
DON GONZALO:  Como cuatro veces mejor que usted.
DOÑA LAURA:  Ya, ya se conoce.
DON GONZALO:  Algunas liebres y algunas perdices lo pudieran atestiguar.
DOÑA LAURA:  ¿Es usted cazador?
DON GONZALO:  Lo he sido... Y aún... aún...
DOÑA LAURA:  ¿Ah, sí?
DON GONZALO:  Sí, señora. Todos los domingos, ¿sabe usted? cojo mi escopeta y   mi perro, ¿sabe usted? y me voy a una finca de mi propiedad, cerca   de Aravaca... A matar el tiempo, ¿sabe usted?
DOÑA LAURA:  Sí, como no mate usted el tiempo... ¡lo que es otra cosa!
DON GONZALO:  ¿Conque no? Ya le enseñaría yo a usted una cabeza de jabalí que   tengo en mi despacho.
DOÑA LAURA:  ¡Toma! Y yo a usted una piel de tigre que tengo en mi sala. ¡Vaya   un argumento!
DON GONZALO:  Bien está, señora. Déjeme usted leer. No estoy por darle a usted   más palique.
DOÑA LAURA:  Pues con callar, hace usted su gusto.
DON GONZALO:  Antes voy a tomar un polvito. (Saca una caja de rapé.) De esto sí   le doy. ¿Quiere usted?
DOÑA LAURA:   Según. ¿Es fino?
DON GONZALO:  No lo hay mejor. Le agradará.
DOÑA LAURA:   A mí me descarga mucho la cabeza.
DON GONZALO:  Y a mí.
DOÑA LAURA:   ¿Usted estornuda?
DON GONZALO:  Sí, señora: tres veces.
DOÑA LAURA:  Hombre, y yo otras tres: ¡qué casualidad! (Después de tomar cada   uno su polvito, aguardan los estornudos haciendo visajes, y   estornudan alternativamente.)
DOÑA LAURA:  ¡Ah...chis!
DON GONZALO:  ¡Ah...chis!
DOÑA LAURA:  ¡Ah...chis!
DON GONZALO:  ¡Ah...chis!
DOÑA LAURA:  ¡Ah...chis!
DON GONZALO:  ¡Ah...chis!
DOÑA LAURA:  ¡Jesús!
DON GONZALO:  Gracias. Buen provechito.
DOÑA LAURA:  Igualmente. (Nos ha reconciliado el rapé.)
DON GONZALO:  Ahora me va usted a dispensar que lea en voz alta.
DOÑA LARUA:  Lea usted como guste; no me incomoda.
DON GONZALO:  (Leyendo), <<Todo en amor es triste; mas, triste y todo, es lo mejor   que existe.>> De Campoamor, es de Campoamor.1
DOÑA LAURA:  ¡Ah!
DON GONZALO:  (Leyendo.) << Las niñas de las madres que amé tanto, me besan ya   como se besa a un santo.>> Éstas son humoradas.
DOÑA LAURA:  Humoradas, sí.
DON GONZALO:  Prefiero las dolorosas.
DOÑA LAURA:  Y yo.
DON GONZALO:  También hay algunas en este tomo. (Busca las dolorosas y lee.)   Escuche usted ésta: <<Pasan veinte años: vuelve él...>>
DOÑA LARUA:   No sé qué me da verle a usted leer con tantos cristales...
DON GONZALO:  ¿Pero es que usted, por ventura, lee sin gafas?
DOÑA LAURA:  ¡Claro!
DON GONZALO:  ¿A su edad?...Me permito dudarlo.
DOÑA LAURA:  Déme usted el libro. (lo toma de mano de Gonazalo y lee:) <<Pasan   veinte años; vuelve él y ella: (-¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...) (--  Dios mío ¿y ésta es aquélla?...).>>  (Le devuelve el libro.)
DON GONZALO:  En efecto: tiene usted una vista envidiable.
DOÑA LAURA:  (¡Como que me sé los versos de memoria!)
DON GONZALO:  Yo soy muy afeccionado a los buenos versos... Mucho. Y hasta los   compuse en mi mocedad.
DOÑA LAURA:  ¿Buenos?
DON GONZALO:   De todo había. Fui amigo de Espronceda, de Zorrilla, de Bécquer2...   A Zorrilla lo conocí en América.
DOÑA LAURA:  ¿Ha estado usted en América?
DON GONZALO:  Varias veces. La primera vez fui de seis años.
DOÑA LAURA:  ¿Lo llevaría a usted Colón en una carabela?
DON GONZALO:  (Riéndose.) No tanto, no tanto...viejo soy, pero no conocí a los   Reyes Católicos...
DOÑA LAURA:  Je, je...
DON GONZALO:  También fui gran amigo de éste: de Campoamor. En Valencia nos   conocimos... Yo soy valenciano.
DOÑA LAURA:  ¿Sí?
DON GONZALO:  Allí me creí; allí pasé mi primera juventud... ¿Conoce usted    aquello?
DOÑA LAURA:  Sí, señor. Cercana a Valencia, a dos o tres leguas de camino, había   una finca que si aún existe se acordará de mí. Pasé en ella algunas   temporadas. De esto hace muchos años; muchos. Estaba próxima   al mar, oculta entre naranjos y limoneros... Le decían... ¿cómo le   decían?... Maricela.
DON GONZALO:  ¿Maricela?
DOÑA LAURA:  Maricela. ¿Le suena a usted el nombre?
DON GONZALO:  ¡Ya lo creo! Como si yo no estoy trascordado – con los años se va   la cabeza, -allí vivió la mujer más preciosa que nunca he visto. ¡Y   ya he visto algunas en mi vida!... Deje usted, deje usted... Su   nombre era Laura. El apellido no lo recuerdo... (Haciendo     memoria.) Laura. Laura... ¡Laura Llorente!
DOÑA LAURA:  Laura Llorente...
DON GONZALO:  ¿Qué? (Se miran con atracción misteriosa.)
DOÑA LAURA:  Nada... Me está usted recordando a mi mejor amiga.
DON GONZALO:  ¡Es casualidad!
DOÑA LAURA:  Sí que es peregrina casualidad. La Niña de Plata.
DON GONZALO:  La Niña de Plata... Así le decían los huertanos y los pescadores.   ¿Querrá usted creer que la veo ahora mismo, como si la tuviera   presente, en aquella ventana de las campanillas azules?... ¿Se   acuerda usted de aquella ventana?...
DOÑA LAURA:  Me acuerdo. Era la de su cuarto. Me acuerdo.
DON GONZALO:  En ella se pasaba horas enteras... En mis tiempos, digo.
DOÑA LAURA:  (Suspirando.) Y en los míos también.
DON GONZALO:  Era ideal, ideal... Blanca como la nieve... Los cabellos muy     negros... Los ojos muy negros y muy dulces... De su frente parecía   que brotaba luz... Su cuerpo era fino, esbelto, de curvas muy   suaves...
  <<¡Qué formas de belleza soberana modela Dios en la   escultura humana!>> Era un sueño, era un sueño...
DOÑA LAURA:  (¡Si supieras que la tienes al lado, ya verías lo que los sueños   valen!) Yo la quise de veras, muy de veras. Fue muy desgraciada.   Tuvo unos amores muy tristes.
DON GONZALO:  Muy tristes. (Se miran de nuevo.)
DOÑA LAURA:  ¿Usted lo sabe?
DON GONZALO:  Sí.
DOÑA LAURA:  (¡Qué cosas hace Dios! Este hombre es aquél.)
DON GONZALO:  Precisamente el enamorado galán, si es que nos referimos los dos   al mismo caso...
DOÑA LAURA:  ¿Al del duelo?
DON GONZALO:   Justo: al del duelo. En enamorado galán era... era pariente mío, un   muchacho de toda mi predilección
DOÑA LAURA:   Ya vamos, ya. Un pariente... A mí me contó ella en una de sus   últimas cartas, la historia de aquellos amores, verdaderamente   románticos.
DON GONZALO:  Platónicos. No se hablaron nunca.
DOÑA LAURA:  Él, su pariente de usted, pasaba todas las mañanas a caballo por la    veredilla de los rosales, y arrojaba a la ventana un ramo de flores,   que ella cogía.
DON GONZALO:  Y luego, a la tarde, volvía a pasar el gallardo jinete, y recogía un   ramo de flores que ella le echaba. ¿No es esto?
DOÑA LAURA:  Eso es. A ella querían casarla con un comerciante... un cualquiera,   sin más títulos que el de enamorado.
DON GONZALO:  Y una noche que mi pariente rondaba la finca para oírla cantar, se   presentó de improviso aquel hombre.
DOÑA LAURA:  Y le provocó.
DON GONZALO:  Y se enzarzaron.
DOÑA LAURA:  Y hubo desafío.
DON GONZALO:   Al amanecer: en la playa. Y allí se quedó malamente herido el   provocador. Mi pariente tuvo que esconderse primero, y luego que   huir.
DOÑA LAURA:  Conoce usted al dedillo la historia.
DON GONZALO:  Y usted también.
DOÑA LAURA:  Ya le he dicho a usted que ella me la contó
DON GONZALO:  Y mi pariente a mí...(Esta mujer es Laura... íQué cosas hace Dios!)
DOÑA LAURA:  (No sospecha quién soy: ¿para qué decírselo? Que conserve   aquella ilusión?...
DON GONZALO:  (No presume que habla con el galán... ¿Qué ha de     presumirlo?...Callaré.)
  (Pausa.)
DOÑA LAURA:  ¿Y fue usted, acaso, quien le aconsejó a su pariente que no volviera   a pensar en Laura? (¡Anda con ésa!)
DON GONZALO:  ¿Yo? ¡Pero si mi pariente no la olvidó un segundo!
DOÑA LAURA:  Pues ¿cómo se explica su conducta?
DON GONZALO:  ¿Usted sabe?... Mire usted, señora: el muchacho se refugió en mi   casa – temeroso de las consecuencias del duelo con aquel hombre,   muy querido allá; - luego se trasladó a Sevilla; después vino a   Madrid... Le escribió a Laura ¡qué sé yo el número de cartas! –   algunas en verso, me consta... –Pero sin duda las debieron de   interceptar los padres de ella, porque Laura no contestó... Gonzalo,   entonces, desperado, desengañado, se incorporó al ejército de   África, y allí, en una trinchera, encontró la muete, abrazado a la    bandera española y repitiendo el nombre de su amor:     Laura...Laura...Laura...
DOÑA LAURA:  (¡Qué embustero!)
DON GONZALO:  (No me he podido matar de un modo más gallardo.)
DOÑA LAURA:  ¿Sentiría usted a par del alma esa desgracia?
DON GONZALO:  Igual que si se tratase de mi persona. En cambio, la ingrata, quién   sabe si estaría a los dos meses cazando mariposas en su jardín,   indiferente a todo...
DOÑA LAURA:  Ah, no señor; no señor...
DON GONZALO:  Pues es condición de mujeres...
DOÑA LAURA:  Pues aunque sea condición de mujeres, la Niña de Plata no era así.   Mi amiga esperó noticias un día, y otro, y otro...y un mes, y un   año... y la carta no llegaba nunca. Una tarde, a la puesta del sol,   con el primer lucero de la noche, se la vio salir resuelta  camino de   la playa... de aquella playa donde el predilecto de su corazón se   jugó la vida. Escribió su nombre en la arena – el nombre de él, - y   se sentó luego en una roca, fija la mirada en el horizonte... Las olas   murmuraban su monólogo eterno... e iban poco a poco cubriendo   la roca en que estaba la niña... ¿Quiere usted saber más?... Acabó   de subir la marea... y la arastró consigo...
DON GONZALO:  ¡Jesús!
DOÑA LAURA:  Cuentan los pescadres de la playa que en mucho tiempo no     pudieron borrar las olas aquel nombre escrito en la arena. (¡A mí    no me ganas tú a finales poéticos!)
DON GONZALO:  (¡Miente más que yo!)
  (Pausa.)
DOÑA LAURA:  ¡Pobre Laura!
DON GONZALO:  ¡Pobre Gonzalo!
DOÑA LAURA:  (¡Yo no le digo que a los dos años me casé con un fabricante de   cervezas!)
DON GONZALO:  (¡Yo no le digo que a los tres meses me largué a París con una   bailarina!)
DOÑA LAURA:  Pero, ¿ha visto  usted cómo nos ha unido la casualidad, y cómo una   aventura añeja ha hecho que hablemos lo mismo como si fuéramos   amigos antiguos?
DON GONZALO:  Y eso que empezamos riñendo.
DOÑA LAURA:  Porque usted me espantó los gorriones.
DON GONZALO:  Venía muy mal templado.
DOÑA LAURA:  Ya, ya lo vi. ¿Va usted a volver mañana?
DON GONZALO:  Si hace sol, desde luego. Y no sólo no espantaré los gorriones, sino   que también les traeré miguitas.
DOÑA LAURA:  Muchas gracias, señor... Son buena gente; se lo merecen todo. Por   cierto que no sé dónde anda mi chica... (Se levanta.) ¿Qué hora   será ya?
DON GONZALO:  (Levantándose.) Cerca de las doce. También ese bribón de Juanito.
  (Va hacia la derecha.)
DOÑA LAURA:  (Desde la izquierda del foro, mirando hacia dentro.) Allí la diviso   con su guarda...(Hace señas con la mano para que se acerque.)
DON GONZALO:  (Contemplando mientras a la señora.) (No... no me descubro...    Estoy hecho un mamarracho tan grande... Que recuerde siempre al   mozo que pasaba al galope y le echaba las flores a la ventana de las   campanillas azules.
DOÑA LAURA:  íQué trabajo le ha costado despedirse! Ya viene.
DON GONZALO:  Juanito, en cambio... ¿Dónde estará Juanito? Se habrá engolfado   con alguna niñera. (Mirando hacia la derecha primero, y haciendo   señas como doña Laura después.) Diablo de muchacho...
DOÑA LAURA:  (Contemplando al viejo.) (No... no me descubro... Estoy hecha una    estantigua... Vale más que recuerde siempre a la niña de los ojos   negros, que le arrojaba las flores cuando él pasaba por la veredilla   de los rosales...)
  (Juanito sale por la derecha y Petra por la izquierda. Petra trae   un manojo de violetas.)
 DOÑA LAURA:  Vamos, mujer; creí que no llegabas nunca.
DON GONZALO:  Pero, Juanito, ¡por Dios! que son las tantas...
PETRA:  Estas violetas me ha dado mi novio para usted.
DOÑA LAURA:  Mira qué fino... Las agradezco mucho... (Al cogerlas se le caen dos   o tres al suelo.) Son muy hermosas... 
DON GONZALO:  (Despidiéndose.) Pues, señora mía, yo he tenido un honor muy   grande... un placer inmenso.
DOÑA LAURA:  (Lo mismo.) Y yo una verdadera satisfacción...
DON GONZALO:  ¿Hasta mañana?
DOÑA LAURA:  Hasta mañana.
DON GONZALO:  Si hace sol...
DOÑA LAURA:  Si hace sol... ¿Irá usted a su banco?
DON GONZALO:  No, señora; que vendré a éste.
DOÑA LAURA:  Este banco es muy de usted. (Se ríen)
DON GONZALO:  Y repito que traeré miga para los gorriones... (Vuelven a reírse)
DOÑA LAURA:  Hasta mañana.
DON GONZALO:  Hasta mañana.
  (Doña Laura se encamina con Petra hacia la derecha. Don   Gonzalo, antes de irse con Juanito hacia la izquierda, tembloroso   y con gran esfuerzo se agacha a coger las violetas caídas. Doña   Laura vuelve naturalmente el rostro y lo ve.)
JUANITO:  ¿Qué hace usted, señor?
DON GONZALO:  Espera, hombre, espera...
DOÑA LAURA:  (No me cabe duda: es él...)
DON GONZALO:  (Estoy en lo firme: es ella..   (Después de hacerse un nuevo saludo   de despedida.)
DOÑA LAURA:  (¡Santo Dios! ¿y éste es aquél?...)
DON GONZALO:  (¡Dios mío! ¿y ésta es aquélla?...)
  (Se van, apoyado cada uno en el brazo de su servidor y volviendo   las caras sonrientes, como si él pasara por la veredilla de los   rosales y ella estuviera en la ventana de las campanillas azules.)