Un día encontré en mi buzón de oficina una carta de alguien que hacía pocos años trabajaba como maestra en nuestra escuela. La recordaba como una mujer muy atractiva y profesional que tenía que renunciar el trabajo porque su familia iba a mudarse a otro estado.
La carta estaba escrita en letra cursiva y cada palabra era muy pequeña como si la escritora no quisiera que fuera fácil de leer o como si le diera pena escribirla. Yo me puse los anteojos y leí.
Tom,
Han pasado algunos años pero creo que me has de recordar. Escribo para pedir perdón por algo. Yo soy cristiana y por los últimos tres años, el Señor ha estado haciendo una limpieza profunda de toda mi vida. Una de las cosas por la que me está limpiando es el pecado de seducción. Este pecado estuvo muy arraigado dentro de mí durante los años de mi propia inmoralidad. He caído en el pecado de adulterio tres veces durante mi matrimonio, la última vez por casi dos años.
Te pido perdón por haberme comportado contigo de esa manera seductora. Yo manipulaba a todos a mi alrededor con este pecado. El Señor ha hecho un milagro de curación para mí y mi familia. Yo quería pedir perdón por este pecado que cometí contra ti. Ese
pecado vivía en mí cuando me contrataste.
Katarina
Mi hermano no había conocido a esa mujer y le dejé leer la carta.
—Ay, Tom —dijo—. ¿Cómo podrías haber dejado escapar esa bola tan fácil de atrapar?
Nos reíamos y confieso que se me había ocurrido la misma cosa. No pude evitarlo. Pero fuera de broma, no creo que haya sido muy sano lo que hizo ella o tal vez lo que le haya obligado hacer algún pastor.
Pedirle perdón a alguien puede ser una cosa catártica, supongo yo. La persona que ha sido ofendida tiene la oportunidad de perdonarle a alguien y así los dos individuos pueden hablar del problema y hacerse amigos de nuevo, con suerte. En cambio, pedirle perdón a alguien que ni siquiera sabe de qué hablas no sirve para nada bueno aunque posiblemente se debe a otra razón. Esta clase de confesión me parece más como castigo que terapia. ¿Para qué otra cosa sirve denigrarse y desnudarse delante de personas ajenas al asunto? Postrarte a los pies de los que has ofendido tiene sentido. Tal vez. Esto no.
Ya no se puede matar a una adúltera a pedradas, pero hay otras formas de castigo y dominación. Muy a menudo han sido reservadas a las mujeres. Dudo que ningún consejero fácilmente pudiera haber persuadido a un hombre que hiciera lo mismo.
Me pregunto quién era el consejero. Me pregunto cuántas cartas tenía que escribir esa mujer y enviar (¡y a quienes!) antes de que se satisficiera a ese supuesto consejero.
No me pregunto, sin embargo, si ella verdaderamente quería escribir esas cartas o cómo se sentía al enviarlas. Ya lo sé muy bien por aquellas chiquititas letras de la vergüenza.
One day, I found in my office mailbox a letter from someone who a few years back had worked for us as a teacher in our school. I remember her as a very attractive and professional woman that had to quit her job because her family was going to move to another state.
The letter was written longhand and each word was tiny as though the writer didn’t want it to be easy to read or as if it pained her to write it. I put on my glasses and read:
Tom,
It’s been a few years, but I think you would remember me. I’m writing to you to ask forgiveness for something. I’m a Christian and during the last three years, the Lord has been doing a deep cleansing of my whole life. One of the things I am being cleansed of is the sin of seduction. This sin was very ingrained in me from years of my own immorality. I have fallen into the sin of adultery three times in my marriage, the last time for a period of almost two years.
I ask your forgiveness for relating toward you in that seductive way. I manipulated everyone around me with this sin. The Lord has done a miracle of healing in me and my family. I wanted to ask forgiveness for my sin against you.
This sin lived inside me when you hired me. --Katarina
My brother hadn’t met this woman and I let him read the letter.
“Oh, Tom,” he said. “How could you have dropped that little pop fly?”
We laughed, and I confess that the same thing had occurred to me. I couldn’t help it. But joking aside, I don’t think what she did or perhaps what she had been obligated to do by some pastor was very healthy.
Asking forgiveness from someone can be a cathartic thing, I suppose. The person that has been offended has the opportunity to forgive someone and so the two individuals can talk about the problem and make friends again, hopefully. On the other hand, to ask forgiveness from someone who doesn’t even know what you’re talking about serves no good purpose although it’s possibly done for another reason. This kind of confession seems to me more like punishment than therapy. What other purpose is served by denigrating and baring yourself in front of people who have nothing to do with the matter? Falling at the feet of those you have offended makes sense. Maybe. This doesn’t.
You can no longer stone an adulteress to death, but there are other forms of punishment and domination. They’ve always been reserved for women. I doubt that any counselor could have persuaded a man to do the same thing.
I wonder who the counselor was. I wonder how many letters that woman had to write and mail (and to whom!) before this so-called counselor was satisfied.
I don’t wonder, however, whether she really wanted to write those letters or how she felt when she mailed them. I know very well by those tiny letters of shame.